domingo, 15 de agosto de 2010

Parte 1: Insomnio

Lo buscó con la mirada. La habitación estaba calma y oscura, como siempre. Pensó que a esas alturas ya debería haberse presentado, pero aún no había pasado. Todo dormía, excepto ella. Ya se le había hecho costumbre, con los años, esperar a que el tren pasara para escucharlo en absorta admiración. No sabía por qué, pero lo hacía de todos modos. Era una de las mañas que no le interesaba cuestionarse, y que por cierto no muchos habían conocido. Sabía aproximadamente a qué horas de la noche pasaban, y según el reloj faltaba bastante para el siguiente.
El bombito de luz y el naipe se encontraban en lugares opuestos de la habitación, como le agradó comprobar con un rápido vistazo. El primero se encontraba parado sobre un soporte del estante más alto, ocasionalmente moviendo las alas en una suerte de escalofrío. El naipe estaba sobre el armario. No podía verlo, pero probablemente estaría tratando de romper alguno de los apuntes que ella guardaba allí arriba, y esperó sinceramente que fueran los de Rollo May. Ese hombre no tenía nada nuevo qué decir y lo ignoraba al punto de escribir libros, ciertamente no la desconcertaba el hecho de que él pensara que debía explicarlo de manera tan condescendiente. Pero ella lo había leído de todas maneras. Todo el estúpido libro. Porque se lo habían mandado…
Enorgulleciéndose del contraste que generaban con los anteriores textos, contempló sus libros. Decenas de ellos, sus predilectos delante de los demás. El gato alado, que dormía en una placidez irritante para todos aquellos que no saben cómo sueñan los gatos, abrió los ojos y los hincó en ella, que mientras pensaba que tal vez (e irónicamente) debería leer para no caer en la introspección, porque –Oh, why, little tin goddess… let us enjoy some good old-fashioned poetry…- ya había vivido suficientes noches con ellos como para saber cuán delicada era la situación. Sin embargo, tenía que tener cuidado con la elección. Esa noche esperaba no tener que –Let us get angry, my sweet… pick Lautreamont… he’ll do…- recurrir al sueño para calmarse, resultado de haber optado por obras que, sabía muy bien, la enfurecían y hacían las delicias del gato alado (que ahora se sentaba a su lado socarronamente), quizás más por las consecuencias que por el texto mismo.
Sintió un cosquilleo en el hombro izquierdo. Supuso que el hombrecito sin rostro había trepado hasta allí por el asiento del sillón que ella estaba usando como respaldo, pero no volvió la cabeza para comprobarlo. No tenía intenciones de lidiar con él. Imaginó que le habría costado llegar hasta allí, dado que, como siempre, llevaría su clavo consigo. Ella se concentró en el frío de la losa debajo suyo. Realmente no quería pensar en el clavo. Las visitas del hombrecito sin rostro nunca eran precisamente placenteras, quizás no por el daño. No el físico, al menos. Lo sabía un mal augurio, y sentirlo sobre su hombro no la tranquilizó dado lo que podía esperarse en esa situación. Y aunque aún no se había presentado…
Miró nuevamente los libros. Iban a ser necesarios, o quizás preferibles. Definitivamente –Well, it could certainly get worse, couldn’t it, my dear??...- leería.

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