sábado, 16 de junio de 2018

Parte 4: Realidad

Despertó, por decirlo de alguna manera.
Había tenido tiempo de acostumbrarse a su condición, entre cuyas delicias se encontraba el curioso entresueño que en otras épocas habría sabido categorizar como "desesperante". Adoptar las particularidades de su, si se quiere, enfermedad como la única manera en que sabía llevar su existencia le había enseñado, si no la cura, un modo de resignación a la realidad que le ofrecía una sana (o preferible) indiferencia en lugar de las dolorosas cavilaciones y razonamientos de quien trata de explicar los ensueños con los limitadísimos recursos que el mundo "despierto" ofrece; mejor explicado, inclusive, no es que se trate de objetos conceptualmente insuficientes para simbolizar otros, si no que el primer y el segundo conjunto de objetos son de naturaleza absolutamente diferente e incomparable. Ese tipo de elementos ya no le servían dado que, sabía muy bien, significaban en sí mismos una demostración de la horrible sublevación del hombre a su realidad. Esa idea la había obsesionado por un largo tiempo de su vida. Pensaba que la humanidad era tan delicada en su primal miedo a la libertad que necesitaba establecer sus propios márgenes tan estrechamente como le fuera posible. Y no pensaba solamente en la creación de un dios o de un sistema económico, sino más bien en la creación del mundo físico. Habíase reído al menos por dentro al imaginarse la reacción de algunos conocidos si la hubiesen escuchado cuestionando al capitalismo o hablando de metafísica (actividades que ella misma reconocía, más bien en broma, como "propia de hippies"). Pero siempre había encontrado este tipo de conversaciones poco serias o al menos improductivas para ella misma, porque, creía, nadie discutiría con el fin de explicarse algo. Tampoco era su fin, ciertamente. Sabía que como mucho lograría tan sólo intentar explicarse algo. Pero siempre que había tratado de discutirlo se retomaba el tema de la representación física de la materia onírica, cosa que, como ya se ha dicho, era para ella un terrible error, un erradísimo intento de encontrar un objeto correspondiente a una idea. Era, por cierto, una actividad ofuscantemente terca querer convertir a la materialidad algo que encuentra su encanto en lo etéreo. Pero que no se malinterprete: representar una idea en la creación de un objeto es, desde luego, una ocupación que pensaba intrínseca en el humano. Lo que ella desdeñaba era la casi necesidad de tratar de transformar la idea misma en materia. Era una paradoja que le resultaba estúpida y la asqueaba de la esclavitud de la humanidad, o más bien de sus deseos de esclavitud.

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